jueves, 19 de julio de 2012



Lo que les ocurre a muchos escritores con sus mujeres es que ellas se enamoran del hombre, no del escritor. Esto es exactamente lo mismo que les pasa a muchos músicos y a algunos pintores. En la mayoría de los casos el escritor-artista-pintor sabe mantenerse atado a su mástil, como Ulises frente a las sirenas, pero a veces, bien por confusión, bien por un deseo sincero, bien por una intolerable bondad, el escritor-artista-pintor quiere convertirse en buen esposo y buen padre sin dejar de ser buen escritor-artista-pintor. Y eso es imposible. Al final acaba por sentirse un traidor, un farsante, un mentiroso. Y como todo el mundo sabe, el fingimiento siempre conduce a la paranoia.

miércoles, 18 de julio de 2012

EXPURGO 2. BANZAI (EXTRACTO)



Salgo de una habitación y voy corriendo a otra. Tengo ganas de tirarme encima de Peter y de comérmelo a besos. Sólo tenemos diez minutos. Me subo encima de él y Peter me pone la mano en el culo. Yo grito de dolor.
Me subo la falda del uniforme y me bajo las bragas. “Mira”, le digo. Tengo el culo como un tomate bien maduro.
–Vaya, veo que has tenido un buen castigo. Has debido ser una niña muy mala –bromea él.
–Será mejor que te olvides hoy de mi culo. No puedo ni sentarme.
Pero Peter tiene curiosidad. Cuántos azotes, cómo, durante cuánto tiempo. Lo quiere saber todo. En qué consistía el juego. Qué decía mi cliente…
–Verás –le explicó con desgana, no quiero perder más tiempo hablando– básicamente hace lo que otros profesores en el colegio, o lo que el director en su despacho, pero con mayor intimidad.
–¿Pero hará algo más, no? –insiste él.
Le abro la bragueta y empiezo a chupar. Pero lo noto distraído. Se deja hacer pero sin el menor entusiasmo. No me toca ni me abraza. No busca mis labios. No está tan excitado cómo debería. Me molesta mucho su actitud. Mi madre me espera dentro de cinco minutos. Me estoy arriesgando para estar con él pero Peter no parece tener el menor interés en mí. Otras veces, cuando hemos podido, hemos hecho coincidir las citas con clientes con breves encuentros amorosos y hasta ahora él ha estado tan ansioso por verme como yo a él. No sé qué le pasa hoy y se lo pregunto:
–¿Se puede saber qué mosca te ha picado? No me he acostado con él. Sólo he dejado que me azotara y me tratara como a una alumna rebelde. Ya sabes. Puro teatro. Él hace de profesor y yo hago de alumna. Nada más. Él se pone una capa negra y un gorro y yo voy con mi uniforme. Él grita y pega y yo agacho la cabeza y digo: “Perdón señor, no lo volveré a hacer”. Y ya está.
Peter me mira con curiosidad. No dice nada pero vuelve a levantarme la falda y me baja las bragas lentamente. ¿Le gusta ver mi culo rojo? Sus ojos están fijos en mis nalgas y por un momento acerca la mano y pienso que me va a dar un cachete él también. Pero en lugar de eso deja caer la mano sobre la cama, sin tocarme.
–¿Te ha dolido mucho? –pregunta.
–Si me da con la regla no. Con la vara tampoco. Sólo cuando coge el látigo. Pero hoy no tenía tiempo para el látigo.
–¿Así que puede ser peor?
No sé donde quiere ir a parar. Pero no quiero hablar de eso. Mi cuerpo aún lo desea, pero mi cabeza está desconcertada, no sabe qué hacer. Me recuesto a su lado y le cojo la mano. “Tengo ganas de ti”, le susurro al oído.
Peter ignora mis palabras.
–Deberías ponerte una toalla con agua caliente. Algo que te alivie…
–No ha sido nada. Si no me lo tocas fuerte o me siento no me duele.
–¿Siempre hace lo mismo?
Sus dedos están muertos. Los he colocado sobre mi pecho pero no se han movido. Peter parece no comprender que pueden pasar semanas o meses antes de que podamos volver a vernos. Empiezo a desesperarme.
–No me ha puesto la mano encima –le aclaro. Después de azotarme, se la ha sacado y se ha hecho una paja sobre mi culo. Nada más. Es un tío raro. Pero hay muchos tíos raros en el mundo. No te puedes imaginar cuántos…
Espero un minuto. Peter ha dejado de mirarme. Ahora su vista se pierde en el techo. Me levanto y me voy. Antes de salir me he dado la vuelta, esperando que él se levantara de la cama para retenerme. Pero Peter no se ha movido. Ha dejado que me marchara sin decir nada.
Me siento tan mal que quiero pasar por los lavabos para encerrarme a llorar. Pero mi madre ya está en el vestíbulo del hotel.
–¿Ha pasado algo? –me pregunta al verme.
A mi madre no puedo ocultarle nada.
–No. No. Estoy bien –respondo.
Mi madre me mira incrédula. Pero tiene prisa y decide no indagar más. Ella tiene una cita en un piso cercano. Una cita con un nuevo cliente. Yo tengo que acompañarla porque el cliente quiere conocerme. Mi madre me ha asegurado que es un hombre encantador. Por lo visto vive solo. Mi madre entrará antes, y luego, si el cliente quiere estar conmigo, ella se quedará en el piso, esperando en el salón. Ella siempre está conmigo en mis primeras citas con clientes nuevos.
Yo sigo pensando en Peter. No sé qué he podido hacer mal. ¿He sido muy orgullosa? ¿Debería haber tenido más paciencia?
Mi madre me ve preocupada pero piensa que es por la nueva cita. Las primeras veces siempre me ponen nerviosa. Antes tenía nauseas o me mareaba. Ahora lo llevo un poco mejor.
–Es un buen hombre. Está muy solo. Te tratará bien. Y tiene dinero. Puedes sacarle lo que quieras.
Las palabras de mi madre me recuerdan que tengo que quitarme a Peter de la cabeza. Y pronto. Mi madre señala un edificio elegante que tenemos frente a nosotros y dice:
–No mires directamente. Pero está esperando junto a la ventana del tercer piso.
No puedo evitar levantar un momento la vista. Lo cierto es que no me importa nada lo que va a pasar a continuación. En mi mente hay una sola pregunta: ¿Cuándo volveré a ver a Peter?



Dios no existe. Lo que existe es la desesperante necesidad de Dios. Del mismo modo, no existe la justicia, existe la absoluta necesidad de justicia. Algunas palabras sirven para tapar huecos y otras para construir muros. Lo que no debería extrañarnos es que luego alguien se caiga por el hueco o que el muro se venga abajo.